La casa
1984 había sido un año de mierda. Antes del infarto, me habían operado la espalda; y Helena había perdido un niño a medio hacer. Cuando Helena perdió el niño, se nos secó el rosal de la terraza. Las demás plantas también murieron, todas, una tras otra, a pesar de que las regábamos cada día.
La casa parecía maldita. Y sin embargo, Nani y Alfredo Ahuerma habían estado allí, por unos días, y al irse habían escrito en el espejo:
En esta casa fuimos felices.
Y también nosotros habíamos encontrado la alegría en esta casa ahora jodida por la mala racha, y la alegría había sabido ser más poderosa que la duda y mejor que la memoria, así que esa casa entristecida, esa casa barata y fea, en un barrio barato y feo, era sagrada.
(Gracias, Sonia, ¡me encanta!)