Decía Cicerón que un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma y así está ahora mi hogar. Llevo varios días recogiendo, catalogando y empaquetando libros.
Mis libros están llenos de recuerdos: su olor, la edición, la portada, la fecha y la firma, la dedicatoria del autor o de un amigo... Abro por la primera página y las fechas me cuentan muchas cosas.
Primero fueron los libros de bolsillo, acompañados de buenas ediciones (y algún facsímil) regaladas por mis padres. Luego llegaron las ediciones críticas y las de autores contemporáneos que me compraba con lo poco que ahorraba; los libros "legales" y los libros "ilegales"; las lecturas dirigidas y las lecturas escogidas; los libros obligatorios y el capricho de leer lo que uno quiere. Llegaron más tarde los libros regalados por los propios autores, algunos amigos, algunos compañeros; los libros regalados también por los maestros de literatura; los libros firmados y dedicados por otro tipo de maestros.
Veo las dedicatorias y me transportan a otro tiempo: un cumpleaños, un día del libro, un día sin más. El libro que se regala dice mucho del que lo recibe, pero también del que lo escoge y lo dedica; esos pequeños guiños entre amigos que me han hecho volver a sonreír.
Mis pobres libros han sido sometidos a inventario por culpa de esta mudanza. Los pobres libros catalogados y empaquetados por su culpa, sumidos en un pequeño olvido durante más tiempo del que ellos y yo desearíamos.
Mis libros están llenos de recuerdos: su olor, la edición, la portada, la fecha y la firma, la dedicatoria del autor o de un amigo... Abro por la primera página y las fechas me cuentan muchas cosas.
Primero fueron los libros de bolsillo, acompañados de buenas ediciones (y algún facsímil) regaladas por mis padres. Luego llegaron las ediciones críticas y las de autores contemporáneos que me compraba con lo poco que ahorraba; los libros "legales" y los libros "ilegales"; las lecturas dirigidas y las lecturas escogidas; los libros obligatorios y el capricho de leer lo que uno quiere. Llegaron más tarde los libros regalados por los propios autores, algunos amigos, algunos compañeros; los libros regalados también por los maestros de literatura; los libros firmados y dedicados por otro tipo de maestros.
Veo las dedicatorias y me transportan a otro tiempo: un cumpleaños, un día del libro, un día sin más. El libro que se regala dice mucho del que lo recibe, pero también del que lo escoge y lo dedica; esos pequeños guiños entre amigos que me han hecho volver a sonreír.
Mis pobres libros han sido sometidos a inventario por culpa de esta mudanza. Los pobres libros catalogados y empaquetados por su culpa, sumidos en un pequeño olvido durante más tiempo del que ellos y yo desearíamos.